Tengo en mis manos una vieja cuchilla oxidada para tirarla, al mirarla acuden a mí los recuerdos más terribles de mi infancia. En mi país la mutilación genital femenina es un rito de paso a la edad adulta, cada niña debe pasarlo para llegar virgen al matrimonio y evitar la promiscuidad sexual. Esta tortura la sufren más de 2 millones de muchachas cada año, 6000 al día, cinco cada minuto. Las herramientas utilizadas y la carencia de higiene son focos de insalubridad. Muchas jóvenes, tras sufrir tremendos dolores, mueren desangradas o por infección. A las que sobrevivimos, nos resulta imposible disfrutar del sexo, tenemos problemas en los partos y algunas sufren esterilidad, todas padecemos trastornos psíquicos Creía que en el mundo desarrollado, mis hijas no tendrían que sufrir esta terrible práctica que viola los cuerpos y los derechos de las niñas, pero la inmigración la ha traído consigo y, pese a que es ilegal, se practica también aquí y ahora.

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